ERASMUS SCOUT, LA MIA STORIA (1)

El Erasmus, sí, esa experiencia conocida cada vez por más estudiantes de nuestro país que nos permite realizar un período de estudios en el extranjero por unos meses, y popular también por la posibilidad de aprender idiomas, conocer gente de otras nacionalidades y por las increíbles fiestas que se viven durante este periodo. Y sin embargo, dejando atrás los tópicos que giran en torno al Erasmus, todos sabemos que hay distintas formas de vivirlo, evidentemente, y tal y como podéis sospechar, mi historia gira alrededor de los scouts.

Rondaba el año 2012, en septiembre abandonaba mi país junto a dos maletas y un amigo, un poco triste sí, lo reconozco, pero lleno de emoción. Estaba finalmente remando mi propia canoa hacia un confín desconocido, mi propia «Alaska» (para los apasionados de «Into the wild»).

Duomo

La fachada del duomo apareció como uno de los gigantes de Don Quijote, la salida de la línea roja del metro nos abandonó en una ciudad desconocida, o mejor dicho, aún por descubrir, pero no estábamos solos, a nuestro encuentro vino Greta, una scout italiana que conocimos en el Jamboree de Suecia en 2011. Como si de una broma del destino se tratase, el recibimiento por una Scout pronosticaba lo que pocos meses después se transformaría en realidad: no estamos solos, tenemos hermanos y hermanas allá donde vayamos, basta colocarse la pañoleta al cuello y recordar que el scout canta ante las dificultades.

Los primeros meses estuvieron cubiertos por la ambrosía de lo nuevo, querer vivir deprisa, gente nueva y lugares nuevos, horarios inexistentes y libertad absoluta. Imagino que cualquiera que haya vivido una experiencia de este estilo puede entender de qué estoy hablando, pero después de unos meses la «erasmus life» se descubrió insuficiente.

Quién sabe si fue la melancolía, o «la mancanza» (como dicen los italianos), el echar de menos familia y amigos se hizo una realidad cotidiana y a veces triste, y claro, ¿qué hay más cotidiano para nosotros que nuestro grupo scout?. Por un motivo u otro, un día, después de leer las actas del Consejo de mi grupo que se estaban realizando a miles de kilómetros de Milán, se me encendió la bombilla, cogí el ordenador y tecleé en Google «grupos scouts Milano».

Podéis imaginar la cantidad de resultados que aparecieron. Me puse manos a la obra, escribí al primer grupo que apareció en la pantalla, ni siquiera sabía si estaban lejos o cerca de mi casa pero me daba igual, tenía ganas de pañoleta y mochila y no me importaba cuántos metros, buses o tranvías tuviera que coger.

Respondieron pronto, me ofrecieron una colaboración esporádica, no era lo que estaba buscando. Yo necesitaba una rutina scout, meterme de lleno en un grupo a hacer lo que más me gusta. A pesar de todo acepté y descubrí que, por fortuna, el grupo tenía las bases a un par de paradas de metro de mi casa.

Aún recuerdo la calidez con la que me acogieron, todos vestidos con el uniforme completo, lo que parecían cientos de lobatos correteando por el patio delante de las bases me hizo venir un sentimiento muy familiar, como si fuera un sábado cualquiera en las bases de mi querido Grupo Scout Pisuerga en Valladolid.

Sin embargo, unos meses después de la primera reunión con el grupo milanés, no había tenido más contacto con ellos, y a pesar de sentirme agradecido por el recibimiento del primer día la experiencia se me había quedado pequeña y las ganas de scouts continuaban «in crescendo».

¿Qué más podía hacer?… (continuará)

 

 

david_corresponsal

Print Friendly, PDF & Email