Escultismo y salud mental: refugio frente a la ansiedad
Nuestra corresponsal scout Sofía Esteban Escudero nos cuenta las principales conclusiones de una encuesta que ha realizado sobre salud mental
Con motivo de la celebración hace unas semanas, el 10 de octubre, del Día Mundial de la Salud Mental, me gustaría hacer públicos los resultados de la encuesta impulsada por mí misma, en la que han participado más de 100 jóvenes y que han puesto palabras a lo que muchas personas sienten: miedo, cansancio, y ganas de que algo cambie. La encuesta habla claro, experimentaciones de ansiedad (80%), síntomas de depresión (64%) y trastornos de conducta alimentaria (63%) son los problemas de salud mental que más mencionaron percibir en su entorno. Entre las principales causas detonantes de esos problemas de salud mental citan sobre todo las redes sociales (82%) y la presión académica (65%).
Si lees esos números junto a los testimonios recogidos en la encuesta, hay una sensación común: las redes conectan, pero también comparan; la educación exige, pero no siempre enseña a gestionar las emociones. Y cuando el malestar aparece, la vía más usada no es la consulta profesional, sino hablar con quien tienes al lado: familia, amigos o el Grupo Scout.
¿Por qué no acuden a un profesional? Las respuestas vuelven siempre a lo mismo: el coste económico, el miedo al juicio, la falta de información y las dudas sobre si la terapia servirá. Aun así, hay señales de solidaridad: el 72% reconoce haberse animado a pedir ayuda cuando comprendió que no podía gestionarlo en soledad, y el 94% escucha a otras personas y tendería la mano.
Y aquí viene un dato esperanzador: el Escultismo emerge como refugio. No es una postal: la naturaleza, la pertenencia y la conversación cotidiana funcionan como barreras frente al aislamiento y como altavoz para detectar cuando alguien necesita ayuda.
Las voces directas que recogimos lo resumen mejor que cualquier estadística:
 “Que nunca se esconda, que vaya a buscar ayuda”.
 “No tengas miedo a pedir ayuda; eso no es debilidad”.
 “Salir al monte con mi grupo me ayuda a desconectar de las redes y a hablar de lo que me pasa”.
Con esos envíos sobre la mesa, lo que proponemos puede resumirse en tres palabras: detectar, acompañar y derivar. Detectar problemas pronto en los espacios donde las personas jóvenes ya están; acompañar desde la cercanía con herramientas prácticas; y derivar sin burocracia cuando haga falta atención profesional.
Algunos ejemplos concretos, rápidos y útiles:
- Para las redes sociales: talleres de alfabetización digital que no sean sermones, sino pequeñas rutinas o tips (limitar notificaciones, reconocer comparaciones dañinas) y “pausas digitales” obligatorias en convivencias.
 - Para la presión académica: tutorías con foco en gestión emocional en épocas de exámenes, y revisar la carga en picos de evaluación.
 - Para facilitar el acceso a ayuda: convenios con servicios locales para turnos preferentes y campañas antiestigma dirigidas a jóvenes.
 
Recursos inmediatos para quien lo necesite
- Habla con alguien de confianza (un amigo o amiga, scouter, familiar). Soltar lo que llevas aligera.
 - Si puedes, consulta con atención primaria o los servicios de salud juvenil de tu zona.
 - Busca líneas de ayuda locales o nacionales si hay riesgo; en caso de peligro, contacta servicios de emergencia.
 - Técnicas sencillas ahora: 5 minutos de respiración consciente, una caminata al aire libre, desconectar redes 1–2 horas.
 - Si eres scouter o docente: escucha sin juzgar; pregunta “¿qué puedo hacer por ti?” y facilita el paso a atención profesional.
 
Las personas jóvenes ya muestran voluntad: ayudan, escuchan y, muchas veces, se empujan mutuamente a pedir apoyo. Lo urgente no es solo curar: es evitar que los problemas lleguen. Y para eso la acción de hoy vale más que la buena intención de mañana.





                    