Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, un futuro en juego


La historia de Ahmed y el impacto del maltrato social e institucional en niños en situación de Pobreza en España

Te propongo un desafío, mientras lees la historia de Ahmed, intenta encontrar los momentos de esta historia que significan ejemplos de maltrato social e institucional. ¿Te crees capaz de identificarlos? ¿Cómo crees que puede afectar la vida de Ahmed?


La historia de Ahmed

Ahmed cogió la mano de su madre con mucha fuerza mientras exploraban las nuevas calles del barrio donde ahora vivían en Telde (Las Palmas). Con sólo 10 añitos, ya añoraba su hogar en Marruecos, desde donde partió con su padre y su madre y sus dos hermanos, soñando con una vida feliz. Los edificios y las calles, tan diferentes de las de su barrio natal y las conversaciones que no entendía de la gente que veía pasear, le intimidaban, a la vez que se encendía en él una chispa de optimismo.

“Mamá, ¿crees que aquí vamos a poder vivir bien?”, preguntó con candidez.

“Claro cariño, claro que sí. Ya verás como nuestros sueños se harán realidad y podrás vivir cosas que no imaginabas que pudieran existir.”, le respondió la madre, disimulando sus propios miedos.

Ahmed y su madre por una calle en España

Imagen generada por IA.

Ahmed y su familia finalmente encontraron un pequeño apartamento, desvencijado, en un barrio alejado del centro de la ciudad. Su papá pudo trabajar esporádicamente en la construcción, siempre sin contrato, mientras su mamá cuidaba de él y de sus dos pequeñas hermanas. El idioma y las costumbres locales eran barreras, casi infranqueables, que se esforzaban en superar.

Llegó el primer día de escuela, cerca del barrio donde vivían, Ahmed sintió una oleada de nervios en el estómago. Tímidamente entró en la clase y notó en su nuca las miradas curiosas de sus compañeras y compañeros. Unos pocos lo ignoraron, pero la mayor parte de la clase susurraban entre ellos la extraña apariencia del nuevo compañero. El maestro dijo su nombre y le indicó su asiento, y seguidamente siguió con la materia que estaba explicando, ajeno a la dificultad de Ahmed para comprender el idioma.

Los siguientes días no fueron mejores para Ahmed. Se enfrentaba a los comentarios y los gestos de otras niñas y niños que solo conseguían aislarlo más. Se burlaban de su aspecto o su acento, o de la ropa desgastada que vestía. Los recreos eran el peor momento para él, se sentía solo a pesar de estar rodeado de cientos de compañeros y compañeras. El tiempo pasaba lentamente observando cómo los demás jugaban y desayunaban sin invitarle a participar.

Parece retrasado, el nuevo ni entiende lo que decimos”, se burlaban en un grupo riéndose.

Cuando salía del colegio, la cosa no mejoraba demasiado, la familia también estaba sobrepasada por las circunstancias. La gente del vecindario no les hablaba o no contestaban sus preguntas. Cuando iban a comprar comida, Ahmed y su madre sentían lo mismo que experimentaba en el colegio. Solo miradas y susurros. La soledad cada vez pesaba más y más.

Ahmed, que era un niño risueño y cariñoso en Marruecos, comenzó a encerrarse en sí mismo. La chispa de optimismo se apagaba, dando paso a tardes grises y sentimientos de frustración. Por las noches se hacía el dormido para escuchar, incapaz, las conversaciones de su padre y su madre, en voz baja para no preocupar a Ahmed y sus hermanas, sobre las continuas contrariedades que sufrían en los trabajos y las complicaciones económicas, que los llevaba a valorar la opción de regresar a Marruecos.

Una de sus hermanas pequeñas se sentía mal y la llevaron al centro de salud, allí se encontraron una montaña de trámites que apenas podía entender y muy poca ayuda del personal administrativo y de enfermería a los que preguntaban.

En el colegio de Ahmed no disponían de programas de apoyo para estudiantes inmigrantes, a pesar de que era una circunstancia por la que ya habían pasado y que también era frecuente en otros colegios del municipio. No le ofertaban clases de refuerzo de idioma ni había personas que pudieran hablar con él en su idioma, que pudiera atender sus necesidades. Así su rendimiento en clase era muy bajo y la frustración de Ahmed seguía creciendo.

Las notas bajaron aún más, y la poca confianza en sí mismo que le quedaba, despareció. Donde una vez sintió optimismo, ahora solo albergaba tristeza y desconfianza. No veía un lugar en este nuevo país para su futuro, para sus sueños y aspiraciones.

El día que todo cambió

Caminando de regreso a casa, un día, Ahmed se cruzó con un grupo de niñas, niños y jóvenes que recogían basura en el parque. Vestían ropas parecidas y llevaban un pañuelo de colores alrededor del cuello. Aunque tenía miedo de un nuevo desplante, la curiosidad pudo más y se acercó a ellos.

“Hola, ¿quieres ayudarnos” le dijo un chico sonriente, más o menos de su edad.

Ahmed, al principio se asustó, no estaba acostumbrado que se dirigieran a él en la calle, pero la sorpresa inicial desapareció y la actitud de las chicas y chicos le tranquilizó. Tímidamente asintió y empezó a recoger basura junto a ellos.

Somos scouts, ¿Sabes lo que es?” le preguntó el mismo chico de antes. Le explicaron qué era un grupo scout y lo que hacían y le invitaron a asistir el siguiente sábado a su reunión.

En el grupo scout, Ahmed sintió por primera vez en meses que había un lugar para él. Un espacio donde le respetaban y le trataban con camaradería. Las y los scouters se preocuparon rápidamente en integrarle, juegos y dinámicas que no requerían de saber mucho español, ayudaron a Ahmed a conocer y a relacionarse con sus compañeras y compañeros. Con el tiempo, más rápido de lo que pensaba, su español mejoró gracias a los juegos y actividades que compartía con sus nuevas amistades.

La forma en la que hacían las cosas los scouts fue esencial para ayudar a Ahmed a ganar confianza en sí mismo. El trabajo en equipo, el liderazgo y la responsabilidad que aprendió en el grupo cambiaron sus actitudes en el colegio, interesándose en aprender y en participar.

La sorprendente integración de Ahmed motivó al grupo a realizar más acciones sociales en favor de la inclusión de otros niños, que, como Ahmed, habían abandonado sus hogares y países buscando un futuro mejor. Organizaron talleres culturales en el barrio donde cada familia compartía sus tradiciones y donde toda la comunidad aprendía y se desarrollaba.


Reflexión sobre el maltrato social e institucional

La pobreza y la exclusión social la sufren muchos niños y niñas en España. No todas son personas inmigrantes como Ahmed, muchas que han nacido en nuestro país también lo sufren. Si nos fijamos en nuestro entorno, en los medios de comunicación, en las redes sociales podemos encontrar las muchas caras que tiene el maltrato social, actitudes que discriminan.

Ahmed es uno más de los muchos niños y niñas que en España comparten historia, situación de pobreza y exclusión social. El maltrato social tiene muchas expresiones, lo podemos encontrar en las actitudes discriminatorias y la estigmatización que sufren estas niñas, niños y jóvenes. No ayuda a mejorar la situación el maltrato institucional, que, en lugar de un puente, parece que las instituciones levantan muros con barreras burocráticas y falta de apoyo.

Si solo ponemos obstáculos, las oportunidades de desarrollo se limitan y el ciclo de pobreza se perpetúa.

Es prioritario fijarse con detenimiento y apertura de mente en estos problemas que sufren las personas pobres o que están en el umbral de la pobreza para promover cambios significativos.


Llamada a la Acción: participación de padres, madres y scouters

Como padres, madres y scouters, tenemos la responsabilidad de educar con el ejemplo y fomentar valores de respeto, solidaridad y justicia. Es importante poner atención en las necesidades de los niños y niñas, promoviendo entornos seguros y acogedores. Como scouts debemos recordar que somos amigos de todas las personas y hermanos de los demás scouts.


Actividades Propuestas

Esta historia de Ahmed y la importancia que el grupo scout tuvo en su vida nos puede inspirar a trabajar para que acciones como estas se puedan ver en muchos lugares en nuestra comunidad. No nos debe costar nada imaginar a nuestros niños y niñas y jóvenes planificando formas para marcar la diferencia en las vidas de tantos menores, que, como Ahmed, necesitan nuestro apoyo.

Podemos proponer campañas de sensibilización. Dar charlas en las escuelas y centros comunitarios del barrio. Preparar presentaciones y dinámicas sobre la importancia de los derechos de la infancia y de la inclusión. Historias como las de Ahmed llegando al corazón de sus compañeros y compañeras y multiplicando el despertar de la comprensión sobre la diversidad y el respeto en nuestra comunidad.

El grupo puede desarrollar proyectos de servicio. Organizar recolectas de alimentos y material escolar en el barrio y entregarlos a los colectivos que están trabajando día a día con las personas que lo necesitan. Es importante lo que se puede conseguir para trabajar por erradicar la pobreza, pero también es muy importante los valores que podemos aprender por el camino.

Un programa muy especial puede ser de mentoría y tutorías. Donde escultas y rovers den apoyo en los estudios y aliento a las personas más jóvenes. Estoy convencido de que muchas personas de las que reciban esta ayuda, pronto serán las que ayuden a otros en su misma situación. Este tipo de vivencia terminan por crear lazos que derriban barreras y crean comunidad.


Unidas y unidos por sociedades justas

Trabajando juntos, podemos construir sociedades más justas, pacíficas e inclusivas. Cada pequeña acción cuenta y tiene el potencial de generar un gran impacto.


Mensaje Final

«Este año, el lema del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza es: Poner Fin al maltrato social e institucional. Actuando juntos por sociedades justas, pacíficas e inclusivas.

Ahmed se puede llamar Francisco o Paula y estar más cerca de lo que imaginamos. Todos los niños y las niñas deben tener las mismas oportunidades, sin importarnos su situación económica, su origen, su religión o su raza.

En las pequeñas acciones de nuestro día a día, aunque parezcan pequeñas, pueden transformar vidas. Como scouts, debemos unirnos para poner fin al maltrato social e institucional y construir un futuro mejor, más justo y llenos de sueños que alcanzar.”


Reflexión Final

Para las personas adultas en el Escultismo quiero proponerles, si me lo permiten, una reflexión muy personal. Teniendo en cuenta lo limitado de mi experiencia, muy local y sesgada, pero que tal vez tenga algo en común con la realidad de otros grupos de nuestro país.

¿Estamos haciendo un Movimiento Scout accesible para todas las personas?

Tenemos unos valores de igualdad e inclusión como parte de los pilares que promueve el Escultismo, pero no sé si hacemos lo suficiente. He tenido la suerte de escuchar, entusiasmado, las vivencias de mi hijo en el Jamboree en EE. UU. y recientemente de mi hija en la Roverway en Noruega. En ambos casos, los dos se involucraron intensamente en el ahorro y planificación y en acciones para conseguir fondos para estas aventuras, pero también tuvimos que hacer un esfuerzo en casa para ahorrar el dinero que les faltó. Y me alegro mucho, de corazón, de que mi hijo e hija hayan tenido esa oportunidad. Pero si me voy más al día a día, a los materiales de campismo, los uniformes, los campamentos fuera de la isla o fuera del país del grupo, etc., me surge una sincera duda de que niños y niñas desfavorecidos, sin llegar a estar en situación de pobreza, puedan disfrutar de las mismas prebendas. Tenemos propuestas de becas y subvenciones, pero tal vez no sea suficiente para hacer un trabajo que garantice la inclusión de todos en el Escultismo.


Organizaciones para involucrarse:


Materiales educativos:


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