LA CULTURA DEL ENVASE

Definimos relación social como la interacción entre dos o más personas que se da en un contexto social específico y bajo ciertas normas asumidas en sociedad. El ser humano por naturaleza es un ser social, es decir, necesita de las relaciones con otros seres humanos para su supervivencia tanto emocional como pedagógicamente hablando. Así desde que nacemos el crecimiento implica relacionarnos con los demás, empezando por tus padres y siguiendo por el colegio, actividades extraescolares… A medida que uno va creciendo va aumentando la profundidad de sus relaciones, acompañado por la maduración personal que por circunstancias y personas aumenta progresivamente. Las relaciones sociales nos ofrecen la capacidad de potenciar nuestro interior, de conocernos a nosotros mismos y de sentirnos comprendidos.

Las personas vivimos en constante desarrollo, cambios de comportamiento influidos por el contexto (tiempo y lugar) determinados por una sociedad o cultura. Existen tres ámbitos principales de desarrollo: biofísico (estudia el desarrollo físico, motor, sensorial y todos aquellos contextos que afecten al crecimiento, al desarrollo y a la maduración del sujeto), cognitivo (estudia el desarrollo del pensamiento y de las capacidades intelectuales y aquellos contextos que le afectan: aprender a hablar, escribir, leer, memoria…) y el socio-afectivo (estudia la capacidad de sentir y expresar los sentimientos, relacionarse con los demás… y todos los aspectos del ambiente que lo modifican). Este último punto es el que va a ser estudiado, pero si nos damos cuenta los dos anteriores también están relacionados con las relaciones sociales. Así pues, la vida de un individuo se ve determinada por las relaciones sociales que experimenta.

Vivimos en una sociedad en la que es de mayor importancia el envase que el contenido. La Real Academia Española define superficial con diferentes acepciones: “que está o se queda en la superficie”; “aparente, sin solidez ni sustancia”; “frívolo, sin fundamento”. Si hablamos de relaciones superficiales podemos profundizar desde diferentes puntos de vista. Primero, relaciones sociales en las que no se va más allá de pasar un buen rato, en las que no se interioriza en la persona, en el ser y, por otra parte, relaciones que se basan en las apariencias, en dónde entra a jugar uno de nuestros mejores amigos, los prejuicios.

Prejuicio, definido por la Real Academia Española es una opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal.

Un prejuicio no tiene por qué ser desfavorable, mejor dicho, no debemos mirarlo de tal forma; pues si ya connotamos de manera negativa, acaba llegando a ser algo negativo ineludiblemente. Si en algo estamos de acuerdo es en que es inevitable para un ser humano no prejuzgar, pues está inserto en nuestra naturaleza físico-psicológica. Es un proceso que forma parte de la naturaleza propiamente humana. Nosotros observamos a través de todos los sentidos, la combinación de todo lo ingerido produce en nosotros sensaciones diferentes que rápidamente nuestra mente relaciona con conceptos ya asimilados, creándose así los prejuicios, es decir, ideas sobre algo o alguien ‘a primera vista’. Éstos no tienen por qué ser negativos, pero sí que es lo normal que nos equivoquemos ya que lo que vemos es algo únicamente superficial, a partir del cual formamos una idea que suele definir rasgos más bien interiores, hablando de personas. Una vez tenemos un prejuicio formado en nuestra mente podemos hacer dos cosas, darle importancia o quitársela. Por lo que el problema no se encuentra en los prejuicios, si no en la forma de manejarlos. Siempre y cuándo consigamos dejar a un lado esa idea creada y no estancarse por ello, avanzando para poder ser lo más objetivo posible, un prejuicio no es maligno. El problema comienza cuándo muchas veces efectivamente estos prejuicios no nos dejan progresar en la creación de nuevas relaciones socio-afectivas que se quedan en relaciones sociales superficiales: ni te me acerques que llevas rastas, drogadicto seguro; me junto contigo porque vas muy a la moda y tienes muchos seguidores en tu cuenta de Instagram.

Instagram, otro factor a analizar dentro de las relaciones sociales superficiales, qué, por supuesto, permite crearnos muchos más prejuicios (tanto a través de la red como fuera de la red social en sí). Estamos en pleno siglo XXI y estamos viviendo la era de las redes sociales, que no son dañinas si se saben utilizar, pero como nadie se ha molestado en mostrar su funcionamiento para que no tenga efectos negativos, sí lo son. La red social por excelencia es Instagram dónde la mayoría de adolescentes se ven hechizados por perfectas fotos que les hace pensar que hay que ser así, perfectos. Las redes sociales crean estereotipos, crean círculos cerrados a los que es muy difícil acceder y más aún salir. Esto incide en las relaciones sociales de manera en que sean totalmente superficiales: ir con personas tan solo por su forma de vestir y su físico en concreto. Todo causa de la pérdida de valores éticos y morales avasallados por el materialismo al que estamos inducidos por la sociedad.

Las redes sociales y el materialismo también influyen notablemente en la calidad de las relaciones sociales pasando hablar del primer parámetro presentado (relaciones en dónde no se interioriza entre las personas). La adicción que tenemos a las redes sociales nos impide desarrollar otras capacidades psicológicas ya que nos quitamos tiempo de realizar otras actividades que las desarrollan como la lectura.

Otro factor que induce a tener relaciones sociales superficiales es la falta de conocimiento de la identidad personal de cada uno. Hoy en día parece ser que solo nos importa lo superficial, no nos interesa profundizar e indagar en nosotros mismos, y si no nos conocemos a nosotros mismos ¿cómo vamos a mantener relaciones profundas con el resto de personas? Conocernos a nosotros mismos entra intrínseco en tener una relación afectiva plena en cualquiera de los sentidos, ya conlleve amistad o amor. Nos da miedo conocernos y por ello preferimos crear una imagen falsa de nosotros mismos, nos da miedo romper las reglas, fracturar lo establecido e innovar y ser quién queremos ser dejando atrás los cánones, los estereotipos, lo dictado por regla universal, lo ‘normal’. Todos estos factores nos impiden llegar a tener una relación social no superficial. ¿Por qué se pretende mantener relaciones sociales más profundas si ni si quiera se sabe qué es conectar con uno mismo? Primero con uno mismo, posteriormente con los demás.
Cuándo una persona se conoce por dentro (nunca en su totalidad claro) en desarrollo es cuándo se puede mantener una relación social más profunda. Es difícil conectar con alguien de tal manera que implique confianza absoluta y llegue a crear una harmonía tal que sea una relación plena.

Vivimos en la cultura del envase, en una sociedad en la que importa muchísimo más el envoltorio que el propio contenido. En una sociedad que se centra en lo material. Vivimos en una sociedad que se basa en dar una imagen al resto de personas en vez de crear una verdadera identidad en el interior. Una sociedad en la que se toma un selfie y se sube a la red en vez de disfrutar del momento.

Por suerte, siempre habrá excepciones.

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